martes, 10 de abril de 2012

El Festival de Teatro, columna exclusiva de Héctor Bobad

Una vez más, el Festival Iberoamericano de Teatro cerró su telón después de que sus obras cerraron los ojos de todos sus asistentes. En La Bobada Literaria no nos quisimos quedar atrás y también nos dormimos, pero en nuestras casas. Y, mientras tanto, inspirados en el periodismo zonzo de SoHo, invitamos al escritor Héctor Bobad Faciolince a que se enfrentara con la que dijo que era su mayor fobia: el teatro. El escritor favorito de las tías paisas había dicho que si lo invitaban a ver alguna obra iba a contestar "vade retro", pero cuando le regalamos las entradas para varias obras se dio cuenta de que responder en latín sonaba más ridículo que representar los cantares de gesta de los que despotrica, y tuvo que aceptar asistir a las salas desconcertadas; además, nadie más lo había invitado a nada, ni siquiera a un tinto. En un acto de valentía, Bobad enfrentó de una vez por todas su fobia rubiano y nos aclaró que "vade retro" es como le decía Homero a las mamadas en reversa. El resultado fue esta crónica sobre su sorprendente encuentro con un arte que, según él, lo dejó "sofoclado".

¿Vade retro o no vade retro? Esa es la cuestión
Sí, mi fobia es el teatro. Y decidí no decirle vade retro a la oportunidad de enfrentarla. Claro que cuando me metí a Tumboleta a ver los precios de las entradas casi me voy para atrás y les digo a las bobas que cómo se les ocurría pagar todo eso, pero me armé de valor y, contra todos los pronósticos, fui al Palacio de los Deportes a ver la obra inaugural, que era australiana y se llamaba Tom Tom Crew. Fue una sorpresa: no había ninguna gesticulación exagerada, nadie sacaba la lengua como un energúmeno, no había gritos demenciales. La obra era muy fácil de entender, lo que me encantó: unos malabaristas hacían alguna gracia, luego un DJ prendía sus aparatos y más adelante un tipo salía a hacer sonidos con su voz, como el bueno de Mac Phantom o el negrito de Locademia de Policía. También aparecía otro australiano para mostrar que sabía tocar la guitarra, y de nuevo todo lo mismo: malabarista, DJ y Mac Phantom. Fue un éxito, precisamente porque no era una obra: era una muestra de talento, como Colombia tiene talento pero con australianos. Y con talento. Lo mejor es que pude aparecer en las páginas sociales, que es lo que me más gusta.
Salí del escenario fascinado: ni siquiera importaba que había que sentarse en las graderías o en una silla Rimax después de pagar como $100.000 –igual, las que pagaron fueron las bobas de La Bobada Literaria–. Si este era el teatro moderno al que se refería Fobia Rubiano en la carta abierta que me dirigió, todo estaría bien, y tendría que aceptar que estaba muy equivocado en mi opinión frente al arte dramático.
Pero fui a la segunda obra, Mirjana, y todos mis temores volvieron cuando me encontré con el pelo azul de Ana Marta, que hace juego con los afiches y la publicidad del festival. ¿Acaso hay que tener el pelo pintado para ser director de este Festival?, pensé, recordando a Fanny Mickey e imaginando que, siguiendo esa lógica, el próximo en el cargo debería ser el Pibe Valderrama. Los teatreros, deduje, con sus gestos exagerados, sus gritos innecesarios y, ahora, con su pelo pintado. Me parecen brillantes, muy inteligentes, pero lejos de las tablas y sin pintarse el pelo. El caso es que estaba ahí, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que ahora el teatro es con subtítulos, que además no se alcanzan a leer. Intenté quedarme dormido, pero tampoco me dejaron los ruidos de la obra, que es una versión posmoderna de Padres e hijos, con un texto tan obvio y predecible que parece una novela escrita por mí. Al final terminé desarrollando una nueva fobia: la gente que va a teatro es como los sapos. Se paran a aplaudir sin haber entendido nada, pagan miles de pesos para no entender nada y sentirse bien porque estuvieron en teatro y tienen de qué hablar en las redes sociales. Al salir de La Castellana, ya sabía que buena parte del dinero que tenía destinado para el Festival tendría que gastármelo con un psicoanalista que me ayudara a superar esas dos aterradoras horas en las que me sentí viendo la nada, pero en serbio.
Después fui al Jorge Eliécer Gaitán a ver Donka, una carta a Chejov. Pero todo era muy confuso: nadie le estaba escribiendo al autor ruso, lo que había eran unas sombras de gente corriendo con unas camas, al parecer en un hospital. Además, el teatro estaba tan lleno de gente con bufandas de lana virgen que en un momento olía a pecueca y nunca me pude concentrar, porque ese es un problema de fondillo: para entender una obra de teatro hay que concentrarse y eso, en nuestros tiempos, y sobre todo si el teatro huele a pecueca, es un despropósito. Ahora nadie puede concentrarse, si les cuesta hasta trabajo con mis novelas que parecen contadas por una vieja chismosa, imagínense con estos rusos. Al final, de nuevo todos se levantaron a aplaudir sin entender, y me llené de angustia: ¿será que pasa lo mismo con las tías solteronas que leen mis novelas? ¿Será que nadie entiende lo que escribo y por eso dicen que soy bueno?
Luego llegó el turno de ver una adaptación de Casa de Muñecas y casi me convierto en el primer suicida del Teatro Isabella Santodomingo. ¡Otra vez el teatro moderno y sus subtítulos! ¡Otra vez el teatro moderno y su inacción! ¡Cuatro personajes moviéndose sobre un rectángulo de luz durante dos horas! ¡Si la fobia fuera a los sapos, sería como estar encerrado en un espacio de dos por dos con cinco de ellos copulando entre sí interminablemente! ¡Prefería cuando lo involucraban a uno en las obras!
En esta interminable de terapia de choque, las niñas de La Bobada lograron comprarme una boleta revendida para 1984. Los colombianos no saben quién es Tim Robbins, pero como salió en el periódico, las boletas se agotaron rapidísimo. Fui muy contento a la obra porque pensé que este señor era un revolucionario del teatro e iba a hacer cine en las tablas. Creí que sería imposible dormirme, y lo fue, pero no por la obra sino por las incómodas sillas del Teatro Libre de Chapinero. No puedo decir que la obra fuera aburrida y repetitiva, que en vez de dos largos actos hubiera podido tener uno de 40 minutos y ya. No dije eso, porque todos estaban felices a la salida del teatro hablando maravillas de Tim –es que, como ya vino a Colombia, es colombiano y le decimos así: "Tim"–. Pero si me ponen a escoger un Gran Hermano, prefiero el reality.
Y para completar, lo de Corferias, Ciudad Teatro, donde había que pagar diez mil pesos sólo para entrar y poder ver un mercado de las pulgas que también olía a lana virgen, más incienso, y donde para entrar a cualquier espectáculo había que pagar 31.000 o 41.000 pesos adicionales. Para el único que me alcanzó con los viáticos de La Bobada Literaria fue para una improvisación en la que los participantes usaban máscaras de lucha libre y hablaban en mexicano, lo que es un punto a favor del teatro porque tiene más que ver con nuestros tiempos, en los que estamos acostumbrados es a ver telenovelas colombianas en las que todos hablan como mexicanos y viven en Miami.
En esta terapia de choque perdí. Pero que quede claro que a mí me parece que los que hicieron teatro hace diez mil años eran unos genios, empezando por las primeras obras que se evidencian en las pinturas rupestres que dibujaban Homero Simpson y Shakespeare. Pero su mensaje ya no sirve para este milenio, cuando lo que hay que hacer es realities; por eso me entusiasmó la primera obra, Australia tiene talento, porque tenía el ritmo de nuestros tiempos, con el DJ de Armando Records y tal. Por eso me gustó el hablado mexicano de la improvisación, con el lenguaje hipertextual de las telenovelas. Tampoco tengo ningún problema con la gente que hace teatro que, insisto, me parece brillante, pero lejos de las tablas. El teatro está muerto, y todos deberían trabajar en televisión, un arte que está tan vivo que admite hasta a Amparo Grisales y Fabio Rubiano. Lo más parecido al teatro en estos días, es lo que hace Luis Carlos Restrepo. Por eso, seguiré lejos de las retrógradas tablas mientras actualizo mi latín: vade retro.

15 comentarios:

  1. muy chimbo esta vez... mucho afán de figurar bobas...

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  2. Bah! Hace honor al título ¿quién escribe esto, un niño de 8 años?

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  3. Jajajjaja, yo también me quedé dormida...

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  4. Tan bien (¿?) les quedó que sí parece escrito por Héctor Abad.

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  5. Deberían referenciar también la columna que hizo Abad el domingo que pasó. Ahí hay mucho material.

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  6. Y yo pensando que las bobas estaban vaciadas... sabiendo que el vaciado es Bobad.

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  7. JAJA, otra boba más, bienvenida Hétor -sí, Hétor...- Bobad. Pero bueno, el caso es que quede en las mismas. Me siento de la bobada o no entendí cual fue el refrán?!...

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  8. jajaja si yo tambien me quede dormido...

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  9. Parece que mis queridas Bobas en el fondo están de acuerdo con Héctor ; es inevitable el desagrado que sienten por el teatro y toda la bobada que este encierra. Al escrito le faltó gracia ..

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  10. Para aquellos que no han visto la contestación que presentó Fabio Rubiano ante el artículo de Abad Faciolince.

    http://www.revistaarcadia.com/impresa/teatro/articulo/respuesta-fabio-rubiano-hector-abad-faciolince/27981

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  12. No se nada de teatro. Yo fui a ver Leonce y Lena porque Arcadia lo recomendó y porque además decia en tumboleta que era comedia clásica.Las foticos tenían gente disfrazada como mimos y una escenografía bien bonita. la publicidad me atrapó fácil. pero lo que pasó es que la obra estaba en rumano, hubo muy poca acción, una que otra carcajada, hubiera sido bueno que le pusieran risas de fondo para indicar cuando habia que reirse.mucha parla sobre cosas que hubieran sonado chistosas en el sXVIII. Pasó lo mismo que dice bobad: hasta en los baños todos diciendo que maravilla. El tratamiento de bobad les salió muy caro porque ninguna boleta decente bajaba de 100mil, y el resto era para ver con binoculares. En todo caso si seguire iendo a teatro porque quede super bien con mis amiguis.

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  13. ¿Saben cual es el verdadero problema que veo yo? La verdad, soy Angélica Díaz, tengo 14 años y soy una amante de la literatura y del teatro, al igual que e encanta ir al festival iberoamericano y que desgraciadamente me lo perdí hace dos años. Pero este año no. Yo tenía unas espectativas bastante altas para el festival de las mil caras, creía que sería como el pasado del que tanto me hablaban y que tanto lamenté no haber podido ir. Recuerdo en años anteriores el festival cuando estaba Fanny Mikey al mando y en realidad, quedé EN EXTREMO DECEPCIONADA este año del festival. Se volvió elitista,sucio, pobre, miserable, pienso que se perdió el verdadero sentido del teatro, pero lo que más me dolió, fue que todo el esfuerzo que hizo Fanny para crear un teatro entretenido, bueno y abierto a todo público, ha quedado en vano con esta versión paupérrima. Dicen que Shakespeare vive através de sus obras y que cada vez que algún actor las interpreta, él resucita; pero me atrevo a decir que Anamartha y todos los demás, cumplieron para este año la misión de acabar definitivamente con Mikey y que ahora, ¡sí que está muerta!
    En cuanto a Héctor, pobre de él. Me gustaría que tuviese mejores argumentos para un criterio tan flojo y que, a pesar que no lo leo mucho, me ha dado una pésima impresión como escritor y como persona y solo espero que un día de estos vea buen teatro, como Matacandelas que busca rescatar del teatro lo que el cine le ha robado; para así dar mejor crítica a este arte.

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