viernes, 19 de septiembre de 2014

Los escritores en la cocina

Gabriel García Márquez, ejemplo de los escritores colombianos, llevando una sopa de cebolla durante sus días de mesero en Estocolmo.

Cansados de las merecidas pocas ventas y de los inmerecidos elogios de sus libros, los "jóvenes escritores colombianos" decidieron tratar de ser exitosos al menos una vez en la vida y probar suerte con el último grito de la moda: convertirse en "jóvenes emprendedores" (algunos de ellos ya lo habían intentado en el mundo de la perfumería). Como lo más coolo entre los colombianos es gastar plata y pasar hambre en restaurantes que se creen muy cool, el fracaso en las letras llevará a nuestros autores a fracasar en la cocina. A propósito, el siempre grandilocuente Mario Mendoza afirmó: “nos cansamos de que los colombianos no quieran comida para el alma y decidimos dedicarnos a la comida para el cuerpo”. Tras decir esto, se llevó la mano a la barbilla, pero cuando recordó que lo suyo ya no es una pose intelectual sino una culinaria, decidió hacer con la mano el gesto de “ok”. Esta es una breve reseña de algunos de los restaurantes de nuestros escritores. Buen provecho.

Mujeres Tristes 

Este restaurante dice especializarse en culinaria para mujeres tristes, aunque la verdad es que todo lo que sirve es basura. No se deje engañar por su angosta fachada: en su interior de ambiente disoluto pululan las tías, los señores con cara de tía y un hombre en viringas que persigue a la cocinera, una tal Madame Mexía, tal vez la más triste de todas estas mujeres. ¿Que si recomendamos alguno de sus platos? En este caso, como en los demás, es mejor ir a cualquier otro sitio y probar la comida internacional.


Rosario Tijeras 


En este establecimiento, que no es una peluquería javeriana aunque lo parezca por la imagen de su dueño, todos los platos se venden crudos, no por decisión culinaria sino por falta de habilidad del chef. Si usted quiere terminar su relación amorosa, olvídese de Crepes & Waffles o de Oma y desarrolle aquí su melodrama: nadie que invite a otro a comer un plato en este sitio merece el cariño de alguien. Aunque la carta es incoherente, los platos insípidos y el sommelier incapaz de sugerir un buen maridaje, el chef ha ganado premios gastronómicos como el Alfa de Guaro, que le garantizan una constante demanda de su comida chatarra. Venga a comer y asegúrese una mala noche. 


El Río de Fuego



Este restaurante, ubicado en El Poblado, ha causado indignación entre las lectoras de Héctor Abad Faciolince, no tanto porque sólo sirva comida a los perros, sino porque únicamente son atendidos los perros venezolanos. “¿Y cómo hace una para saber si el perro es colombiano o venezolano, si los perros no tienen pasaporte?”, preguntó la siempre defensora de las igualdades chic, Catalina Ruiz-Nava –que se redujo el segundo apellido en favor de la igualdad entre sus padres–, a lo que el chef respondió que él, como cocinero y gramático, sabía distinguir el ladrido de un perro colombiano y uno venezolano, que está preparando una biografía sobre el perro más importante de Maracaibo y que los perros colombianos sólo quieren una mordida, porque al fin y al cabo son más colombianos que perros.


El País de la Canela


Este es tal vez el más honesto de los nombres de los restaurantes literarios. Su especialidad, por supuesto, es el canelazo. Con platos de difícil digestión –como la bandeja paisa “El país del viento”– y comidas en tres entregas interminables, El País de la Canela ofrece a sus clientes una ruana de lana virgen a la entrada para que duerman plácidamente si no hacen dormir a los demás comensales con su cháchara. El establecimiento se reserva el derecho de admisión de las personas que no tengan cola de caballo. Los demás deben hacerse donde está la franja amarilla y cruzar los dedos pa que se acabe la vaina.

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