Como su nombre lo indica, en La Bobada Literaria también hay espacio para la mayor de todas las bobadas: la literatura. Por eso, y porque no tenemos nada más que hacer, no podemos ser indiferentes a esos loables actos de mercadeo conocidos popularmente como “premios literarios”. Mucho menos cuando el ganador es un viejo conocido de nuestra casa editorial estudio y el amor platónico de las guarichas que escribimos este blog –su cara de pollo encerrado en la cabeza de un cebú nos parece de lo más de sexy–.
Juan Gabriel se hizo famoso por estribillos como “si nosotros nos hubiéramos casado” y “eso me enseñó mamá”, pero su varonil voz sólo alcanzó el cenit cuando se fue a vivir a Barcelona y se convirtió automáticamente en un intelectual. Sus novelas, llenas de adjetivos rebuscados y sosas historias de amor intelectual, fueron publicadas por Alfaguaro y jamás, a pesar de los esfuerzos comerciales de la editorial, vendieron más de cincuenta copias o pusieron a Juan Gabriel a figurar entre la (precaria) farándula literaria nacional. Por esas extrañas casualidades del mundo editorial, el escritor que no le importaba a nadie más que a la revista El Maloliente y a su amiga Pilar Reyes –directora editorial de Alfaguara en España desde hace dos años–, hoy es el orgulloso ganador de este reputeado galardón con una novela que parece que ya hubiéramos leído y visto en el cine y en cuarenta series de televisión. Es más, el ganador del premio Anagramo del año pasado, también colombiano, parece que escribió la misma novela pero cambiándole los nombres al país y a los protagonistas.
El ruido de los paracos al caer se inicia con la exótica fuga y posterior asilo en Panamá de una mujer con contextura de hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Álvaro Uribe exhibía su poder. Ésta es la chispa adecuada que arranca los mecanismos de la memoria de Ernesto Yamhugre, protagonista y narrador de una obra que hace un negro balance de una época de terror y violencia, en una Colombia descrita como un territorio literario lleno de significaciones –esa frase, como las del libro que aquí se resume, no tiene sentido, pero hace que el país parezca más poético–. Lo que sigue es la caída en desgracia de todos los protagonistas de esos ocho años en los que se cometieron los crímenes atroces que llevaron a uno de los ministros de Defensa al poder y a romper con olímpica impunidad todas las marcas de popularidad con su falso positivismo.
En 2005, Ernesto conoce al intrigante Dick Emanuelsson, quien ha pasado veinte años en Colombia, un país que parece una cárcel. Emanuelsson, de quien se sabe que es periodista, forma parte de una parranda de desubicados de Escandinavia, donde Yamhugre –quien ahora opina en un periódico con más columnistas que lectores– se consumía antes como diplomático en el odio de la juventud. Entre los dos se fraguará una estrecha enemistad y Ernesto, que pasa por la vida desdibujado por su fe en Uribe, creerá ver en las calumnias a su enemigo, acusándolo de pertenecer a las FARC, una señal de buena conducta del uribismo.
Juan Gabriel se hizo famoso por estribillos como “si nosotros nos hubiéramos casado” y “eso me enseñó mamá”, pero su varonil voz sólo alcanzó el cenit cuando se fue a vivir a Barcelona y se convirtió automáticamente en un intelectual. Sus novelas, llenas de adjetivos rebuscados y sosas historias de amor intelectual, fueron publicadas por Alfaguaro y jamás, a pesar de los esfuerzos comerciales de la editorial, vendieron más de cincuenta copias o pusieron a Juan Gabriel a figurar entre la (precaria) farándula literaria nacional. Por esas extrañas casualidades del mundo editorial, el escritor que no le importaba a nadie más que a la revista El Maloliente y a su amiga Pilar Reyes –directora editorial de Alfaguara en España desde hace dos años–, hoy es el orgulloso ganador de este reputeado galardón con una novela que parece que ya hubiéramos leído y visto en el cine y en cuarenta series de televisión. Es más, el ganador del premio Anagramo del año pasado, también colombiano, parece que escribió la misma novela pero cambiándole los nombres al país y a los protagonistas.
El ruido de los paracos al caer se inicia con la exótica fuga y posterior asilo en Panamá de una mujer con contextura de hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Álvaro Uribe exhibía su poder. Ésta es la chispa adecuada que arranca los mecanismos de la memoria de Ernesto Yamhugre, protagonista y narrador de una obra que hace un negro balance de una época de terror y violencia, en una Colombia descrita como un territorio literario lleno de significaciones –esa frase, como las del libro que aquí se resume, no tiene sentido, pero hace que el país parezca más poético–. Lo que sigue es la caída en desgracia de todos los protagonistas de esos ocho años en los que se cometieron los crímenes atroces que llevaron a uno de los ministros de Defensa al poder y a romper con olímpica impunidad todas las marcas de popularidad con su falso positivismo.
En 2005, Ernesto conoce al intrigante Dick Emanuelsson, quien ha pasado veinte años en Colombia, un país que parece una cárcel. Emanuelsson, de quien se sabe que es periodista, forma parte de una parranda de desubicados de Escandinavia, donde Yamhugre –quien ahora opina en un periódico con más columnistas que lectores– se consumía antes como diplomático en el odio de la juventud. Entre los dos se fraguará una estrecha enemistad y Ernesto, que pasa por la vida desdibujado por su fe en Uribe, creerá ver en las calumnias a su enemigo, acusándolo de pertenecer a las FARC, una señal de buena conducta del uribismo.
El Premio Alfaguaro de Novela se ha convertido en un referente de los galardones literarios otorgados a una obra escrita a las patadas. Incluso, este premio se le entrega en realidad a los agentes literarios, que son los que hacen el lobby para que los jurados deliberen. Aunque aún no está tan desprestigiado como cualquiera de los cuarenta premios Planeta, al entregarle el premio a Juan Gabriel el Alfaguaro empieza a tener tanto respeto como un Premio Shock. Está dotado con 175.000 dólares, una dotación eterna de guaro –el ganador puede escoger entre las marcas Chin Chin y Tapa Roja– y una escultura hecha por Martín Chimbo basada en el Monumento al Popó de la Carrera 3 con Calle 23 de Bogotá. Desde su primera edición, en 1998, lo han presidido, entre otros, José Saramago –quien premió a una autora colombiana que escribe como Saramago, pero más enredado– y Mario Vargas Llosa –quien premió a un autor español que emula sin éxito las estructuras narrativas de Vargas Llosa–.
Colombia se regodea de la emoción con este premio, que tiene tanta importancia para el país como la visita de Nadal y Djokovic. Así como ningún colombiano juega tenis ni lo entiende, ningún colombiano piensa leer El ruido de los paracos al caer pero todos se creerán que un premio literario sin criterio puso al país en el epicentro de la literatura universal. Si piensa que nuestra afirmación sobre la falta de criterio es falsa o resentida, lea el primer capítulo –si no se queda dormido después del tercer párrafo–.
como lo dije alguna vez, es mas "el ruido de la tapa de una olla cuando se cae" que hace el dichoso "premio" al contenido del libro en si...
ResponderEliminartal vez si lo hacen novela despierte mas pasiones que padre e hijos
ResponderEliminarAfirmación falsa y resentida. Me dormí luego del primer párrafo.
ResponderEliminarEs que Juan Gabriel es un hito de la ranchera, esa música infame generadora de odio. Pues no es raro que colombia se rodee de eso. Al final siempre nos regodeamos de estupideces. Uno de los países más felices, el tercer himno más bonito, el tombo más eficiente... colombia parece una diacronía y está condenada a seguir repetitiendola.
ResponderEliminarNo he leído a este autor pero hay dos indicios graves en contra de cualquier escritor colombiano actual: 1. Que intente construir tramas con base en los mismos hechos violentos nacionales, al extremo que la trama no cambie. 2. Que ingrese en ese remolino de mercadotecnia literaria española que ha terminado por hacer carrera en Latinoamérica. Por alguna importante razón, en el mundo no hispano no le comen tanto cuento a los premios hispanos. - Conclusión: Lo mejor que puede hacer un escritor de estos lares es buscar el Sueño No Hispanoamericano.
ResponderEliminarpero si tu quieres seremos amigos... yo te ayudo a olvidar el pasado...NO TE AFERRES !!
ResponderEliminar¿Cómo hicieron ustedes para "hackear" la página de El Tiempo y meterle ese primer capítulo de Juanga que ustedes mismas escribieron? Con su embuste se me tiraron la versión en español, tocará esperar a que publiquen la novela en inglés, seguro en ese idioma se lee mejor…
ResponderEliminarDios los crea y ellos se juntan:
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/cultura/verso/envidiable/aperitivo/elpepicul/20110322elpepicul_3/Tes
¿El Banco Pop presta plata? Tengo una deuda con Colombia que quiero saldar.
ResponderEliminarEstán plagiando a 8.000 http://twitpic.com/43l5x9
ResponderEliminarKR
Tenemos varias respuestas para quienes agregaron alguna bobada:
ResponderEliminar1. Sí, la novela tendría un nombre más sonoro si se llamara "El ruido de la tapa de una olla al caer".
2. Por supuesto, el verdadero premio para una obra literaria colombiana es que le compren los derechos para hacerla telenovela.
3. Lo sentimos, hicimos una afirmación falsa y resentida porque nos habíamos tomado un tinto y alcanzamos a llegar hasta el tercer párrafo.
4. Juan Gabriel nos ha enseñado mucho sobre el amor, no digas que la ranchera es odiosa. No.
5. La realidad colombiana es un tema muy valioso, el problema es que la narran a partir de las noticias. Y ya sabemos lo "reales" que son las noticias...
6. ¡No te aferres a un imposible!
7. Pelucas, no hackeamos ninguna página. En realidad nuestro Enano® fue quien escribió la novela. Y sí, en inglés debe ser cheverísima.
8. No olvidemos que la cultura en Colombia se hace rascándonos las espaldas los unos a los otros. En este caso, Héctor "Caretía" Abad a Juan Gabriel.
9. Sí, el Banco Pop presta plata con cómodas tasas de interés al estilo del Grupo Aval: 45% mensual, cuatro codeudores con finca raíz y te cobramos la cuota de manejo así no sepas manejar.
10. Pueden plagiar a 8.000 pero nadie es tan talentoso como el verdadero 8.000.
Bueno saberlo, necesito que 8.000 me preste pagar el predial de este año. KR
ResponderEliminarEs una mezcla de Coelho y Arjona y eso debería ser un delito
ResponderEliminar¿Hay alguna diferencia entre lo que ustedes hacen y lo que hacen las personas a las que ustedes critican? Por ejemplo, cuando le dieron palo a Catalina Navarro, por ser, entre otras cosas, una hipster; ustedes son la misma mierda, solo que escriben con complejo de superioridad, disfrazado de bobada para evitar las críticas, ahora con este man, pues sí, el tipo escribe perversamente y los premios están arreglados, pero ¿que diferencia hay entre eso y colaborar con SoHo, Don Juan y la revista de Colsubsidio? Escritos de frustración de empleado "rebelde" de una revista comercial, que nunca pudo hacer lo que quería, supongo que nada acompañada de cerveza y porro.
ResponderEliminarSí pudimos hacer lo que queríamos: escribir este blog con tantos errores de redacción como Juan Gabriel y prestar plata con altísimas tasas de interés como Luis Carlos Hambriento. Y a Catalina, vieja amiga de la casa, no la criticamos por hipster, la criticamos por ser vieja amiga de la casa.
ResponderEliminarjajajjajaja cuando pasaron la noticia por la tele decían "uno de los representantes jovenes de la literatura colombiana" y yo para mis adentros pensé dos cosas: ah!!!! yo tengo 23 y estaba preocupada por envejecer, pero el tipo tiene 37 años y es un jovencito pues pa' qué me preocupo??? y segundo... qué entienden por joven??? osea no enserio... el tipo va pal 4to piso pero es un jovencito!
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