Extrañadas porque no encontrábamos al enano que escribe nuestras páginas, descubrimos finalmente tras horas de extensa navegación en la red que había sido secuestrado por los redactores de la Caca Editorial El Tiempo para que les escribiera una sesuda defensa de las redes sociales. Como siempre, el enano no sólo nos hizo quedar mal, sino que además escribió un texto a nombre de Juan Esteban Constantine para hacerlo deslucir con frases como "O seré también como uno de esos pastores evangélicos y blancos de los Estados Unidos, que en el púlpito solo hablan de Heidi y de la salvación del alma, y que por las noches los cogen en un bar de travestis amancebados con dos negros y un filipino" o "soy un adicto, un réprobo". Eso, sin duda, lo escribió el pervertido enano al que, para evitar que nos siga haciendo publicidad en revistas de peluquería, le cambiamos la clave de acceso a nuestra cuenta.
Este espectacular texto está incluido en una tecnológica edición de tecnología, que se abre con una editorial que nos recuerda que "El futuro es ahora" y que este blog sufre de acidez. Aquí está, pues, el texto reproducido en la revista Carrusel, la única revista tan boba que llegó a ser dirigida por Isabella Santodomingo (disclaimer: el título del texto que sale a nuestro nombre no lo pusimos Nosotras, esa bobada sólo podía salir de los teclados de la CEET).
Unos defienden la posibilidad de las redes sociales de mantenerse en contacto otros acusan el exhibicionismo. Aquí una defensa de La bobada literaria y una diatriba del escritor Juan Esteban Constaín.
El naufragio virtual
Por Juan Esteban Constaín*
Quiero, desde el principio, poner las cosas en su sitio: soy un adicto, un réprobo. Así que aquí no hablo desde la teoría, sino desde la práctica: desde el infierno que significa estar en una red social, y no poder salir de allí. O seré también como uno de esos pastores evangélicos y blancos de los Estados Unidos, que en el púlpito solo hablan de Heidi y de la salvación del alma, y que por las noches los cogen en un bar de travestis amancebados con dos negros y un filipino. Porque yo, adicto y moralista e hipócrita, me confieso: pierdo buena parte de mis días y de mis noches naufragando -que no es más- en Facebook. Y no he podido redimirme del vicio. Lo he tratado todo, pero en vano. Logré estar dos meses por fuera de allí (hasta escribí una columna celebrando mis primeras horas sobrio) pero luego la ansiedad y la angustia pudieron conmigo, y recaí. Recaí vulgarmente, con el desenfreno propio de quien ha estado lejos del mal a la fuerza. Volví al garito más activo que nunca, comentándolo todo, pegándolo todo.
También, como buen adicto que se respete, sé perfectamente de los efectos negativos de mi vicio. Los tengo reseñados con argumentos infalibles y racionales, y si me ponen a especular sobre ellos, podría convertir a más de uno; podría salvar muchas almas. Pero prefiero el martirio, y deslizar más bien algunas opiniones casi platónicas, por fuera de mi propia tragedia.
Lo que debo decir -una obviedad- es que a mí no me molestan las redes sociales, sino quienes las frecuentan. Es decir: me molesta la gente, y sobre todo la gente de hoy. Esta nueva civilización alienada y brutal (en los últimos 100 años la especie humana se quintuplicó; de 1.500 millones de personas pasamos a ser 7.000) que ha hecho de los medios fines, y que consume su vida pensando todo el tiempo en cómo hacérsela evidente a los demás, sin vivirla siquiera. Me aterra que estemos en manos de los aparatos, nosotros todos, y que el valor de las cosas que ocurren en el mundo, desde el amor hasta la muerte, se manifieste solo en ese juego plebiscitario y deprimente de las llamadas redes sociales, que tienen muy poco de lo uno y de lo otro.
Nadie niega las maravillas de la tecnología, pero tampoco la precariedad del ser humano, su vocación absurda y pueril. No es que sin las redes sociales fuéramos mejores o más felices: es que sin ellas no resultaba tan dramático que fuéramos tantos, y tan bobos. Y ahora iremos al infierno, cuyo himno conozco bien: el pitido de un Blackberry cuando llega un nuevo mensaje.
* Es profesor universitario, escritor y columnista del diario EL TIEMPO.
Amigos en la Red
Por La Bobada Literaria*
Las redes sociales han sido una bendición virtual para nosotras. Hace poco descubrimos las bondades de Facebook y Twitter, pues no habíamos sentido la necesidad de inscribirnos ahí teniendo hace años un perfil en Hi5 que ni siquiera sabíamos usar. Pero estábamos muy equivocadas al negarnos a abrir esas cuentas, pues Facebook nos ofreció la posibilidad de encontrar marido y seguir molestando a las feas del curso -que hacía diez años habíamos olvidado-; mientras tanto, en Twitter nos siguen miles de pervertidos que nos quieren ver empelota en SoHo, en el Diario deportivo y hasta en el Bestiario del balcón.
Gracias a Facebook, también, ahora tenemos una vida social más agitada. Desde que nos metimos nos invitan a cuanto nimio evento ocurre en donde sea que tenemos amigos -desde Sutamarchán hasta Manhattan- y la gente siempre cree que vamos a todas partes solo porque estamos en la lista que dice "quizá asistan". Eso nos ha permitido ser eclécticas: nuestros "amigos" creen que vamos tanto a protestas antitaurinas como a fiestas con DJ internacionales, reuniones de la JUCO (Juventud conversadora), sitios más arribistas que Armando Récords e inauguraciones más aburridas que la de la Casa de la historia Diana Uribe.
Pero, sin duda, lo mejor de las redes sociales es la facilidad para hacer amigos: en Twitter hemos estrechado vínculos con cientos de personas que no nos interesa saber ni qué piensan y en Facebook, gracias a las fotos, nos damos cuenta de que definitivamente hay gente que no vale la pena conocer. Esta es una gran ventaja, sobre todo porque nos ahorra mucho tiempo: estamos muy ocupadas, dedicándoles todo el día a las entradas de nuestro blog.
Las redes sociales también sirven para mantener el contacto. Tanto con ese amigo de la universidad que nos acosaba y que no queríamos volver a ver jamás, como con nuestras mamás, a quienes ya no hay que llamar porque basta con ponerles un mensaje en la pared recordándoles que las queremos. Esto es lo más ventajoso: que la gente se da cuenta del amor que sentimos por nuestras mamás cada vez que les damos un martini virtual.
Por último, lo único que no nos gusta de las redes sociales es que engordan.
* Somos unas mujercitas resentidas y tan bobas que nos interesamos por la cultura nacional. Somos las revistas de peluquería del futuro. Somos www.labobada.com
No sabía que Constaín fuera así de pervertido. No me quiero ni imaginar pa qué es que se mete tanto en Facebook.
ResponderEliminary este mequetrefe qaué o qué...
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