Estamos felices como lombrices: la popularidad de La Bobada Literaria sigue in crescendo, para envidia de unos y fastidio de todos. Sin ánimo de ser triunfalistas, hemos encontrado que nuestras bobas ideas han calado hondo en la calada creatividad de los creativos publicitarios que, en la eterna búsqueda de novedosas técnicas de mercadeo, vieron que el éxito del Desafío Literario podría funcionar para promocionar una camioneta. Por supuesto, entre los muchos patrocinadores de nuestro reality nunca se encontraron marcas de vehículos, pero la idea de escribir un cuento con las “experiencias de marca” fue claramente inspirada por nuestra lucha de las regiones –que contó con el patrocinio de Doña Gallina–. Lo que los publilocos no saben es que vender productos a través de la literatura no funciona –de hecho, nada que tenga que ver con la literatura funciona–, pero de todas formas les ayudamos. A través de nuestro impredecible correo electrónico nos contactaron para que les hiciéramos una propuesta y, con lo que nos pagaron, logramos comprar nuevas bolsas de dormir para nuestra carpa en el Parc Güell. Sin embargo, la propuesta fue modificada para ser publicada con pésima redacción así, aunque nosotras la escribimos asá:
Coño García Ángel, Pillar Quintana y Andrés Burgués, tal vez los tres mejores escritores –o tal vez los peores– signo capricornio residentes en Chapinero, que se dicen “jóvenes” a pesar de acercarse a los 40 años, amigos del director de la agencia de publicidad y menos conocidos de la actualidad, se van a practicar ecoespor –un deporte que consiste en quemar gasolina para ver los paisajes que dentro de dos años ya no existirán a causa de la contaminación producida por la combustión– en tres nuevas camionetas que gastan un galón por kilómetro.
Van a hacer lo que les gusta: manejar borrachos, viajar con todos los gastos pagos, escribir mal y pasarla bien, a la manera de cada uno, en tres lugares distintos de Colombia. Coño, por ejemplo, va a coger la camioneta a patadas, como hace con el idioma, y cruzará valles, montañas y el desierto para situarse en Putas Gallinas, un burdel en el extremo norte de Suramérica. Atrás el continente, al frente la hoja en blanco sin absolutamente nada que decir porque Vargas Llosa no lo puede acompañar.
Pillar irá desde Buenaventura, al nivel del mar, hasta el Nevado del Ruiz, a 4.500 metros de altura. Cruzará todos los pisos térmicos del país en su carro, sintiendo cómo cambia la temperatura del ambiente gracias al calentamiento global, la temperatura de la gente gracias a la gripa porcínica y la suya propia (guiño, guiño). “La dramática geografía, el clima cada vez más frío y la altitud cada vez mayor influyen en nosotros y nosotras como viajeros y viajeras”, asegura Pillar “y eso puede ser el principio para un buen cuento, aunque lo más seguro es que el cuento resulte malísimo”.
Andrés, por su parte, quiere botarse en cuanto charco de agua se encuentre entre Bogotá y el final de la carretera en el Chocó –pues espera terminar su cuento diciendo que la camioneta chocó–. Lo que pasa es que le cortaron el agua en su apartamento y no puede desaprovechar esta oportunidad de bañarse. Él no sabe que en las excelentes carreteras colombianas se forman charcos cada medio metro y que la mayoría son de agua bastante sucia; sin embargo, en ríos, charcos, lagunas, lagos: allí va a estar de cabeza. “Este viaje es una forma directa de decir sí a lo inesperado… o a lo esperado que se vuelve inesperado o la espera de lo esperado que se vuelve desesperado, porque así como uno no se baña dos veces en el mismo río, ni se ríe dos veces en el mismo baño, tampoco recorre dos veces la misma carretera”, asegura Burgués aunque nadie le entendió.
“No tengo un plan muy trazado de qué quiero hacer en cada tramo del camino; de hecho, sin Vargas Llosa no tengo idea qué voy a hacer con mi vida. Estoy abierto a todas las contingencias y eventualidades. El mejor viaje puede tener un destino, pero no un libreto, para que la casualidad haga su aporte y haya una ventana a la aventura”, dice Coño recitando un libreto escrito por el Pirry.
Por allá en los cincuentas, Jack Kerouack escribió su mítico On the road, producto de sus viajes de ácido en la costa de Estados Unidos. Y Julio Cortázar en colaboración con Carol Dunlop escribió el famoso libro Los Autonautas de la Cosmopista, fruto de su viaje París – Marsella, en el que se demoró dos horas. Es indudable que la carretera es inspiración, y más la carretera colombiana. Su encanto, probablemente, nace de que pocas cosas nos hacen sentir tan liebres, tan vitales, tan cerca de la aventura. Led Zepellin, atravesando el recto de César con el acelerador a fondo o un vallenato, hundiéndose en el río Magdalena muy lentamente: hay muchísimas formas de practicar ecoespor.
Al igual que Kerouac y Cortázar, pero con una milésima parte de su talento, tres escritores colombianos se van a robar por la carretera en búsqueda de tres cuentos. Quizá no los encuentren, pero ya tienen tres camionetas que pueden vender cuando necesiten plata, ¿qué más se puede pedir?
Coño García Ángel, Pillar Quintana y Andrés Burgués, tal vez los tres mejores escritores –o tal vez los peores– signo capricornio residentes en Chapinero, que se dicen “jóvenes” a pesar de acercarse a los 40 años, amigos del director de la agencia de publicidad y menos conocidos de la actualidad, se van a practicar ecoespor –un deporte que consiste en quemar gasolina para ver los paisajes que dentro de dos años ya no existirán a causa de la contaminación producida por la combustión– en tres nuevas camionetas que gastan un galón por kilómetro.
Van a hacer lo que les gusta: manejar borrachos, viajar con todos los gastos pagos, escribir mal y pasarla bien, a la manera de cada uno, en tres lugares distintos de Colombia. Coño, por ejemplo, va a coger la camioneta a patadas, como hace con el idioma, y cruzará valles, montañas y el desierto para situarse en Putas Gallinas, un burdel en el extremo norte de Suramérica. Atrás el continente, al frente la hoja en blanco sin absolutamente nada que decir porque Vargas Llosa no lo puede acompañar.
Pillar irá desde Buenaventura, al nivel del mar, hasta el Nevado del Ruiz, a 4.500 metros de altura. Cruzará todos los pisos térmicos del país en su carro, sintiendo cómo cambia la temperatura del ambiente gracias al calentamiento global, la temperatura de la gente gracias a la gripa porcínica y la suya propia (guiño, guiño). “La dramática geografía, el clima cada vez más frío y la altitud cada vez mayor influyen en nosotros y nosotras como viajeros y viajeras”, asegura Pillar “y eso puede ser el principio para un buen cuento, aunque lo más seguro es que el cuento resulte malísimo”.
Andrés, por su parte, quiere botarse en cuanto charco de agua se encuentre entre Bogotá y el final de la carretera en el Chocó –pues espera terminar su cuento diciendo que la camioneta chocó–. Lo que pasa es que le cortaron el agua en su apartamento y no puede desaprovechar esta oportunidad de bañarse. Él no sabe que en las excelentes carreteras colombianas se forman charcos cada medio metro y que la mayoría son de agua bastante sucia; sin embargo, en ríos, charcos, lagunas, lagos: allí va a estar de cabeza. “Este viaje es una forma directa de decir sí a lo inesperado… o a lo esperado que se vuelve inesperado o la espera de lo esperado que se vuelve desesperado, porque así como uno no se baña dos veces en el mismo río, ni se ríe dos veces en el mismo baño, tampoco recorre dos veces la misma carretera”, asegura Burgués aunque nadie le entendió.
“No tengo un plan muy trazado de qué quiero hacer en cada tramo del camino; de hecho, sin Vargas Llosa no tengo idea qué voy a hacer con mi vida. Estoy abierto a todas las contingencias y eventualidades. El mejor viaje puede tener un destino, pero no un libreto, para que la casualidad haga su aporte y haya una ventana a la aventura”, dice Coño recitando un libreto escrito por el Pirry.
Por allá en los cincuentas, Jack Kerouack escribió su mítico On the road, producto de sus viajes de ácido en la costa de Estados Unidos. Y Julio Cortázar en colaboración con Carol Dunlop escribió el famoso libro Los Autonautas de la Cosmopista, fruto de su viaje París – Marsella, en el que se demoró dos horas. Es indudable que la carretera es inspiración, y más la carretera colombiana. Su encanto, probablemente, nace de que pocas cosas nos hacen sentir tan liebres, tan vitales, tan cerca de la aventura. Led Zepellin, atravesando el recto de César con el acelerador a fondo o un vallenato, hundiéndose en el río Magdalena muy lentamente: hay muchísimas formas de practicar ecoespor.
Al igual que Kerouac y Cortázar, pero con una milésima parte de su talento, tres escritores colombianos se van a robar por la carretera en búsqueda de tres cuentos. Quizá no los encuentren, pero ya tienen tres camionetas que pueden vender cuando necesiten plata, ¿qué más se puede pedir?
eso sí es @r
ResponderEliminarPara los escritores que disfruten del paseo; solo se vive una vez y ya quedará el resto de la vida para escribir. Está mejor este premio que los pírricos y/o inexistentes de la pendejada letraherida esta.
ResponderEliminaralgo me hace pensar que el autor del anterior comentario es coñito garcía, dolido porque no se ganó el primer puesto en el desafío del año pasado...
ResponderEliminarhasta que por fin le dieron palo al Burgos ese, que de escritor sólo tiene las influencias...
ResponderEliminarLa vertebral de Coñazos de hoy también critica esta vaina del publirreportaje...
ResponderEliminarEs bobada lo escrito por Coñazos; para qué darle importancia al publirreportaje. Acá en la bobada es otra cosa porque de esa misma babosada se trata. Dice que se siente viejo, es obvio, con esas columnas, solo joroba.
ResponderEliminarHubieran enviado a Medina para que metiera su polla de 19 centímetos (cuadrados?) en cuanto coño (no "coño") encontrara en las tienditas al lado del camino (no del "Camilo"). Kerouac, que no sabía manejar, ha de estar revolcándose en su tumba.
ResponderEliminarNo es propiamente sobre lo anterior, pero sí debo preguntarles si no están Uds. siendo injustas al ignorar a ese otro portento de las letras colombianas, ese modelo de independencia ese adalid contra el arribismo que se llama Mauricio Vargas Linares.
ResponderEliminarQuién es Mauricio Vargas Linares? Yo conozco a Jorge Duque Linares, no será ese?
ResponderEliminarA Mauricio Vargas lo hemos contemplado largas horas, pero es que su ta lento no da ni para considerarlo escritor. Estamos esperando que compre otro premio literario para ver si lo leemos y hacemos algo con o de él.
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