A nuestra llegada del Mediterráneo nos dimos cuenta de que aún teníamos plata en nuestros bolsillos y –antes de radicarnos en Barcelona, tierra intelectual desde donde despacharemos este año– decidimos hacer lo que están haciendo todos nuestros millonarios más esnobs: irnos a Cartagena para disfrutar de la temporada de festivales cultos. Empezamos con el IV Festival de Música de Cartagena, que tenía a un asistente de excepción: nuestro Nobel, Gabriel García Marketing.
La ceremonia empezó con la orquesta City of Condom tocando las notas de "La caca en el aire", obra inédita de Colombia es poison sobre el olor a pobre de la parte fea de una de las ciudades más pobres del mundo, Cartagena. Cosa que no importa, porque la música es bellísima. Los pobres deberían aprender a llenar sus almas –y sus barrigas– de música, como los intelectuales. El caso es que fue una fiesta muy colombiana.
Con el original arreglo sinfónico de un vallenato y el estreno del hermoso "Himno a Colombia", ambas obras compuestas por Colombia es poison, la parte rica de Cartagena dio inicio al encuentro de los sonidos cultos. Carlos Solano, el segundo experto musical del país después de Juan Cagaray, nos regaló en su nota para el periódico de Todos los Santos esta delicia de párrafo sobre lo que ocurrió: "En una curiosa confusión, algunos asistentes se levantaron y se pusieron firmes cuando comenzaron a sonar las primeras notas de Colombia es pasión, que coinciden con la fanfarria del Himno Nacional".
En ese momento Gabriel García Marketing, desde su palco de horror, se mandó la mano a la frente y le dijo a su asistente editorial que, por favor, adelantara lo antes posible su vuelo de regreso a México. Sin embargo, esto no pudo ser posible, porque Colombia es poison ya lo había montado en un coche turístico tipo Papamóvil para exhibirlo, con un trago en la mano y con la otra saludando, por los lugares de la ciudad donde no roban mientras haya policía alrededor.
Ante el deprimente espectáculo del Otoño del Nobel, no nos quedó otra que refugiarnos en nuestra casa de veraneo en Barú, donde estuvimos al cuidado de nuestros fieles sirvientes aguardando al inicio del Hay Festival y su serie de festivales temáticos, el Ay! Festival, el Q'Hay Festival (organizado por el periódico Q'Hubo) y el Gay Festival. Además, no queríamos encontrarnos con gente como Ernesto Samper, Poncho Rentería, Sara Corrales o Álvaro Uribe, ni mucho menos asistir a espectáculos altruistas como el Concierto Julio Mario y Beatrice Santodomingo, cuyos recaudos irán a las arcas de la Corporación Santodomingo.
abajo los festivales burgueses, compañeros, que sólo sirven para dárselas de cultos en un país de ignorantes y limpiar sus conciencias mientras patrocinan falsos positivos
ResponderEliminar¿¿¿Cómo que Solano después de Cagaray??? ¡¡¡Y es que yo estoy pintado en la pared, o qué!!!
ResponderEliminarel compañero Iván Sepeda Samudio tiene razón, lo que necesitamos en este país de cafres son festivales revolucionarios llenos de gente con bohinas y camisitas étnicas que preparen el camino cultural para un cambio de fondo que nos permita ubicar en la presidencia de la república a alguien con los ojos abiertos que no se deje engañar por las estrategias militares del imperio norteamericano y sepa delatar sus estrategias para apoderarse de nuestro café generando terremotos con armas espaciales diseñadas por el General Stephen Spielberg
ResponderEliminarPerdón, Mansalve, tú eres el tercero: medalla de cobre para el tango y el flamenco...
ResponderEliminarEn cuanto a los comentarios de Tomás Uribe, nos queda una duda: ¿será que la demencia es hereditaria?
pues yo sí entiendo a mi hermanito: uno entra a este blog y ese humor infantil se le pega, seguro por eso le dio por ponerse de cínico con su comentario
ResponderEliminarson unos chololocos
ResponderEliminaryo creo que las bobas literarias son peores que los chocolocos, son como quince veces más pretenciosas y cínicas y ni siquiera tienen la excusa de ser genuinamente unanpaila porque se escudan con la autocrítica.
ResponderEliminarson como la verión colombiana de los goth, pero obsesionadas con la literatura
Al menos no se escudan en el anonimato.
ResponderEliminarPor supuesto que somos goth: nos vestimos de negro, escuchamos Bauhaus y nos cortamos las venas cada cierto tiempo. ¿Y quién dice que no somos geninuamente una paila? ¿Acaso sí somos buenas? ¡Gracias, Anónimo!
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